miércoles, 1 de agosto de 2007

Mogos

Viernes por la noche. Tomi y Rino caminaban por el cantero central de Bulevar Oroño. Poco antes de llegar a la esquina de Salta, Rino se sacó la bufanda y la dobló al medio. La agarró de una punta y empezó a azotarla contra la espalda de Tomi. Cruzaron la calle a las corridas. Rino lanzando azotes y Tomi esquivándolos. Al llegar a la vereda, Tomi levantó la mano y dijo:

-Ahora a mí. –Respiraba agitadamente.

Rino se echó a reír a carcajadas. Le tiró la bufanda y se puso de espaldas a él. Tomi se enroscó la bufanda en la mano y la revoleó contra los hombros de Rino.

Rino soltó un resoplido seco.

-Duele en serio –dijo.

Arqueó la espalda al recibir un nuevo latigazo. Se encorvó levemente. Tomi descargó otro latigazo más. Rino estaba quieto, mirando el piso y cubriéndose la cara con las manos. Un grupo de chicas que venía adelante cruzó de vereda.

-Mirá –dijo Tomi.

Rino levantó la cabeza.

Lo agarró a Tomi del brazo y cruzaron. Se pusieron justo detrás de las chicas. No debían tener más de dieciocho años. Una de ellas, morocha, se dio vuelta y miró de reojo. Tomi apoyó la mano sobre el hombro de Rino.

-Con éstas no –dijo.

-Dejame –Rino se adelantó por el cordón de la vereda. Pegó un salto y se paró delante del grupo con los brazos abiertos. Las chicas pasaron de largo. Rino volvió a adelantarse. Sacó la lengua y soltó un gemido grave. Luego otro más fuerte.

-¿Sos estúpido? –dijo una de ellas. Apretaba su bolso debajo del brazo. Todo el grupo se detuvo.

-Parece que sí –dijo otra.

Rino tenía la lengua afuera y se estaba babeando. Un viejo que paseaba a su perro por el cantero central se arrimó hasta el cordón y miró hacia ellos. Tomi pasó por entre medio de las chicas y agarró a Rino por los hombros.

-Disculpen –dijo-, a veces le pasa que... –Lo miró. Rino seguía inmóvil, con la lengua afuera y un hilo de baba cayéndole por la barbilla. Tomi le limpió la saliva con la mano y se la pasó por el pantalón- ...se enamora –dijo-, se enamora muchísimo. –Las chicas apretaron el ceño, tratando de no mirar a Rino.

-Cuidá mejor a tu amigo –dijo una voz a sus espaldas. Tomi se dio vuelta. El viejo había cruzado la calle y ahora estaba parado justo detrás de ellos. El perro olisqueaba la base de una palmera. Levantó la pata y orinó-. Yo tuve un pariente como él –dijo el viejo señalando a Rino-, el hijo de una hermana –el perro quería dar la vuelta al árbol pero la correa lo frenaba. El viejo se adelantó un paso hacia Tomi y en tono confidencial dijo:- No era nada fácil andar con ese chico por la calle. Dios gracias que mi hermana lo supo mandar a la clínica ésta... –señaló con el índice un punto hacia su costado derecho- ésta que queda por calle... cómo se llama... muy buenos médicos tienen ahí... –Rino largó un alarido agudo, desesperado. El viejo giró bruscamente la cabeza hacia él.

-Bueno –dijo Tomi acariciándole el pelo a Rino-, calma, calma. –Lo miró al viejo con severidad. Rino temblaba.

Las chicas se habían ido adelantando lentamente y ya estaban a unos metros de distancia. Ninguna se dio vuelta. El viejo se rascó el costado de la nariz.

-Linda noche –dijo mirando hacia arriba-, un poco fresca, pero linda. –Lo tironeó al perro, que ya estaba sentado en dos patas-. Vamos –dijo.

El viejo cruzó la calle y volvió al cantero central. Tomi lo siguió con la mirada, sin dejar de acariciar el pelo de Rino.

-Calma –dijo Tomi.

Lo agarró de la mano y caminaron hacia Tucumán. Rino sacaba panza y encorvaba la espalda. Al llegar a la esquina cruzaron y se soltaron las manos. Por un buen rato se quedaron ahí, parados al borde de la vereda, en silencio. Tomi asintió con la cabeza muy despacio. Rino sonrió levemente. Luego echó una mirada por encima del hombro de Tomi. Algunas personas esperaban el colectivo a unos metros de ellos. Una señora bajó al borde de la calle. Suspiró y volvió a subir a la vereda. Rino se paró sobre el cordón y soltó otro gemido, más grueso y prolongado que los anteriores.

-¡Darío! –gritó Tomi. La gente se dio vuelta. Tomi lo agarró de los cachetes, apretándoselos como si fueran de goma-, ya sabés lo que dijo mamá. –Rino negó con la cabeza-. Sí, sí sabés –dijo Tomi apretándole más fuerte. Miró hacia el fondo de la calle. Venía un colectivo. Lo miró de nuevo a Rino-. Ahí viene el nuestro –dijo-, no me hagas renegar. –Tomi giró la cabeza y miró a las personas que estaban paradas ahí. La señora tenía la boca entreabierta y una mano en el pecho-. Voy a necesitar ayuda –dijo Tomi.

Una chica bajó al cordón y frenó el colectivo. Dos muchachos se pusieron detrás de Rino, a uno y otro lado de Tomás, que lo había agarrado por la cintura. La señora se paró a unos pasos de ellos y parecía decidida a dar alguna indicación.

El colectivo se detuvo al borde de la vereda. Los muchachos tomaron a Rino por los brazos y lo alzaron hasta el primer escalón. Apenas lo soltaron Rino se dejó caer y tuvieron que volverlo a agarrar al instante. La mujer que estaba en el primer asiento se paró de inmediato. El chofer estuvo a punto de levantarse, pero Tomi hizo una seña indicando que no. Los muchachos y Tomi ayudaron a Rino a subir los tres escalones y luego lo sentaron junto a la puerta.

El colectivo arrancó. Tomi quedó parado al frente del pasillo. Echó un vistazo a las dos hileras de pasajeros. Todos lo estaban mirando. Giró la cabeza y vio a Rino apoyado contra la ventanilla. Sacó su billetera y buscó monedas. Fue tirándolas en la máquina. El boleto salió por la pequeña computadora al costado del chofer. El hombre, sin dejar de mirar hacia delante, estiró el brazo y cortó la tirita. Tomi agarró el boleto.

-Gracias –dijo. Se quedó parado a su lado, mirando por el parabrisa. No sabía qué colectivo habían tomado. Se apoyó en la baranda lateral y se acercó un poco más al chofer-. ¿Hay tarifa especial para mi…? –dijo en voz baja.

-¿Tiene el carnet? –preguntó el hombre.

Tomi se dio vuelta y miró a Rino. Seguía inmóvil, tirado sobre el asiento. Caminó hacia él y empezó a revisarle los bolsillos.

-¿Mamá te dio el carnet, Darío? –Lo agarró de los cachetes y lo miró a los ojos. Rino desvió la vista hacia la ventana. Tomi le pegó un cachetazo. Una señora que estaba en el asiento de atrás soltó un gemido-. El carnet, Darío –dijo Tomi crispando la voz- ¿trajiste el carnet? –Rino giró la cabeza hacia la señora y dejó caer un hilo de saliva por la comisura de los labios.

-Nene –murmuró la señora. Tomi la miró. Se quedaron unos segundos en silencio. La señora era bastante mayor y tenía el cabello enrulado y completamente blanco. Sus ojos empezaron a ponerse vidriosos-. No le pegues así, por el amor de Dios –dijo en voz baja.

Tomi giró la cabeza hacia Rino. Suspiró. Le soltó los cachetes y le acarició el pelo. Le acomodó la campera y la bufanda. Volvió a la máquina. Tiró un par de monedas en la ranura. El chofer cortó el ticket y estiró la mano hacia atrás.

-Gracias –volvió a decir Tomi.

-La próxima vez fijate que traiga el carnet –dijo el hombre. Sobre su cabeza, justo encima del parabrisa, había un calco pegado que decía: Vitanova.

Tomi se paró delante de Rino. Ya nadie les prestaba atención. Rino había logrado acomodarse en el asiento y ahora contemplaba la calle con la frente pegada a la ventana. Su cabeza vibraba con el motor del colectivo. Tomi se inclinó y miró hacia fuera. Iban por San Lorenzo en dirección al centro. Lo agarró del brazo y trató de levantarlo, pero Rino no quería pararse. Tomi se dio vuelta y vio a dos chicos punks sentados un par de filas más atrás.

-¿Me ayudan? –les dijo. Los pibes se levantaron de inmediato-. Si se me duerme, cagué –dijo Tomi.

Trataron de ponerlo de pie, pero Rino estaba tirado con peso muerto sobre el asiento.

-¿No pueden dejarlo acá? –preguntó la señora del asiento de atrás.

-No –dijo Tomi-, imposible. Agárrenlo de las piernas.

Cada uno lo agarró de una pierna y Tomi le cruzó los brazos por debajo de las axilas. Lo alzaron y empezaron a caminar hacia el fondo. La gente miraba sin entender.

El colectivo dobló de golpe y casi se caen sobre el lado derecho. Una pareja y dos chicos más se levantaron a ayudar. Entre todos lo fueron llevando hasta el fondo y lo recostaron sobre los asientos traseros. Rino movía las manos como un bebé. La chica de la pareja le rascó la panza y le dio un beso en la frente.

-Gracias –dijo Tomi-, gracias a todos. –La gente levantaba la mano y sonreía. Cada uno volvió a su lugar. La pareja se dio un beso muy suave en los labios y se quedaron abrazados en su asiento-. Ustedes –dijo Tomi dirigiéndose a los punkies-, ¿me ayudan a bajarlo?

El colectivo arrancó. Había estado más de un minuto parado hasta que consiguieron poner a Rino en la vereda. Tomi levantó la mano haciendo cuernitos con los dedos. Los chicos devolvieron el gesto. Las puertas se cerraron. Tomi miró a su alrededor. Estaban en San Juan y Laprida. Rino se metió un dedo en la nariz y empezó escarbar.

-Me moría por hacer esto –dijo.

Tomi negó con la cabeza.

-Es tu turno –dijo Rino.

-No –dijo Tomi-, hoy no.

Empezó a caminar por San Juan.

-¿Adónde vas? –dijo Rino.

-A casa –dijo Tomi.

Rino lo agarró del brazo. Tomi se dio vuelta.

-Tenés que hacerlo –dijo Rino.

Tomi suspiró. Miró hacia el fondo de la calle.

-Un par de cuadras nada más.

-No entendiste nada –dijo Rino. Le agarró la cabeza con ambas manos-. Nunca entendiste nada de todo esto-. Se miraron en silencio. Tomi volvió a suspirar. Se apartó de Rino. Aflojó el vientre y encorvó la espalda. Se tapó la cabeza con la capucha de la campera. Se agarraron de la mano.

-Falta algo –dijo Tomi. Empezó a buscar en el suelo. Caminó un par de metros y levantó una bolsa de supermercado. La alisó un poco. Fue hasta un volquete sobre el borde de la calle y sacó un par de piedras. Las metió en la bolsa-. Perfecto –dijo. Alzó la bolsa a la altura del mentón. Luego empezó a abrir y cerrar los dedos lentamente sobre la manija-. ¿Ves? –le dijo a Rino-, el objeto construye al personaje. –Se echaron a reír.

Caminaron por Laprida agarrados de la mano. Muy poca gente andaba por ahí. Pasaron entre un grupo de chicos. Tomi adoptó la posición más encorvada que pudo. Cuando ya estaban a unos metros de ellos, uno se dio vuelta y gritó:

-¡Putos de mierda!

Llegaron a la esquina de Pellegrini.

-¿Tenés hambre, Darío? –dijo Rino entusiasmado.

Tomi negó con la cabeza.

-Mamá dijo que tenés que comer. –Caminaron hacia el lado de Maipú. Tomi apretaba bien fuerte la bolsita y practicaba el movimiento de los dedos.

Llegaron al bar de la esquina de Mitre y Pellegrini. En la puerta había una chica entregando folletos. Rino le pidió uno y se puso a ver el menú. La chica le indicaba las opciones apoyando el dedo índice sobre el papel. Tomi miró a través de la ventana. El bar estaba lleno. En un cartel pegado sobre el vidrio se leía: Hamburguesa + Papas + Gaseosa = 7 pesos. De pronto recordó la calcomanía sobre la cabeza del chofer. Vitanova.

-...si no también tenés la tortilla española –le oyó decir a la chica.

Rino se quedó mirándola.

-Gracias –dijo, y le devolvió el folleto.

Caminaron hacia Entre Ríos. A mitad de cuadra Rino se detuvo. Tomi miró y siguió de largo. Rino lo frenó. Tomi se dio vuelta y dijo en voz muy baja:

-Acá no.

-¿Por qué no?

-Venimos siempre.

-Por eso –dijo Rino.

Lo agarró de los hombros y lo empujó hacia la puerta. Tomi se resistió, pero al sentirse observado se cubrió con la capucha. Abrió y cerró los dedos lentamente sobre la manija de la bolsa. Rino lo agarró del brazo.

-Vení, Darío, no molestes.

Pasaron entre las mesas. Tomi caminaba toscamente, chocándose contra el respaldar de las sillas y haciendo ruidos con la boca. La gente se daba vuelta y lo miraba. Tomi alzó la bolsita y la agitó en el aire.

Se sentaron contra la pared. La moza vino y dejó la carta. Rino se levantó y se puso detrás de Tomi. Trató de sacarle la campera, pero Tomi no quería. Movía la cabeza y cruzaba los brazos.

-¿Te vas a hacer el vivo conmigo? –dijo Rino.

Lo tomó del cuello y empezó a pegarle cachetadas. Un tipo muy grandote y alto lo agarró a Rino del hombro y lo dio vuelta.

-Acá no le pegás –dijo-, ¿está claro?

Rino asintió. El tipo se inclinó hacia Tomi. Le acarició el pelo y le descruzó los brazos. Le sacó el abrigo y lo dejó sobre el respaldar. Lo miró a Rino de nuevo y volvió a sentarse a la barra.

Tomi se cubrió la cara con el pelo y bajó la vista. Sin la campera se sentía desnudo. Un grupo de chicas se reía en la mesa de al lado. También oyó risas a sus espaldas. Rino se palpó los bolsillos del pantalón y la campera.

-Perdí los cigarrillos –dijo. Vino la moza y preguntó qué iban a ordenar.

-¿Querés hamburguesa y coca? –dijo Rino.

Tomi empezó a aplaudir y a golpear la mesa. La chica sonrió.

-¡Qué hermoso que sos! –dijo corriéndole el pelo de la frente. Se quedó mirándolo. Bajó la mano por el costado de la cara y le rozó una mejilla. Cambió la pierna de apoyo y suspiró-. ¿y para usted? –dijo de pronto.

-Nada –dijo Rino. La moza se fue.

Tomi la siguió con la mirada. Respiró profundo. Rino se paró y caminó hasta la barra. Le tocó el hombro al tipo con el que había tenido el incidente. Estaba tomando una cerveza. Intercambiaron algunas palabras. El hombre hizo un gesto afirmativo. Rino se dirigió hacia la puerta y salió del bar.

El tipo le dio un trago más a su cerveza y caminó hasta la mesa de Tomi. Se sentó frente a él y lo miró fijamente. Tomi agarró la bolsa con piedras que estaba en el suelo y la apretó contra su pecho. Empezó a balancearse sobre su silla, de adelante hacia atrás. El tipo se inclinó sobre la mesa.

-Conmigo no te hagás –dijo.

Tomi sintió un calor súbito en todo el cuerpo. Abrió y cerró los dedos sobre la manija de la bolsa.

-¿Qué tenés ahí? –Trató de manotearle la bolsa. Se echó a reír. Llegó la moza con la hamburguesa y la coca. El tipo encendió un cigarrillo. Cuando la chica se fue estiró la mano por encima de la mesa y lo agarró del mentón-. ¿Sabés cuántos pelotudos como vos se fueron de acá con la dentadura en la nuca? –Aspiró el cigarrillo. Le apretó más fuerte el mentón. Tomi trataba de no mirarlo-. ¿Te creés que podés venir a reírte de la gente y sacarla gratis? –Exhaló el humo por la nariz-. Te voy a hacer tragar la hamburguesa por el culo, ¿me entendiste? –Le soltó el mentón y se echó sobre el respaldar de la silla. En ese momento volvió Rino. Tenía un atado en la mano.

-Gracias –le dijo al tipo.

El hombre aplastó el filtro en el cenicero y asintió con la cabeza. Se levantó y volvió a la barra. Rino se sentó y encendió un cigarrillo. Tomi entreabrió la boca, el corazón le latía con fuerza.

-¿Qué le dijiste? –susurró Tomi.

-¿A quién? –dijo Rino.

Tomi se corrió el pelo sobre la frente y bajó la cabeza. Agarró una papa frita y se la metió en la boca.

-Al tipo –dijo-, ¿qué le dijiste?

-Nada –dijo Rino sirviéndole coca en el vaso-, ¿por?

-Está loco –dijo Tomi.

-Le pedí que te cuidara un rato –dijo Rino-, fui a comprar cigarrillos.

-Sacame de acá.

-¿Qué pasó?

-Sacame de acá –repitió Tomi-, ahora.

Rino se dio vuelta y miró hacia la barra. Volvió a darse vuelta y dijo:

-Comé algo primero.

Tomi suspiró. Agarró la hamburguesa y le dio una mordida. Empezó a masticar con la boca abierta. Agarró un montón de papas fritas y las aplastó contra su cara. Se las fue metiendo en la boca con los dedos. La mitad cayó al piso. La gente empezó a mirarlo de nuevo. Algunos sonreían, pero la mayoría estaban serios y callados. Rino agarró una servilleta y le limpió las manos y la cara. Estaba lleno de grasa y mayonesa. Rino volvió a sentarse. Aspiró su cigarrillo. Exhaló.

-¿Por qué nos miran tanto? –dijo entre dientes-, ¿nunca vieron un mogólico?

Tomi agarró el vaso de coca. Mientras tomaba miró al tipo de reojo. El hombre seguía observándolo desde la barra. Terminó la hamburguesa a mordiscones.

-Vamos –dijo Rino.

Se puso de pie y lo levantó a Tomi de la silla. Pidió la cuenta. Todo el bar había quedado prácticamente en silencio. Sólo se oía la música de los parlantes y el ruido de los platos en la cocina. Las mozas y el tipo miraban desde la barra. Una pareja se paró y se fue.

La chica trajo el ticket. Había restos de comida y servilletas sucias por toda la mesa. Rino pagó.

-Quedate con el vuelto –dijo.

-Gracias –dijo ella- ¿Te gustó la hamburguesa? –le dijo a Tomi sonriendo. Se quedó mirándolo. Extendió la mano y le volvió a rozar la mejilla con los dedos.

-¿Me ayudás a ponerle la campera? –dijo Rino.

-Claro –dijo ella. Agarró el abrigo y mientras Rino lo sostenía en pie le calzó los brazos en las mangas.

-Siempre lo saco a pasear a esta hora –dijo Rino-, para cansarlo y que duerma bien.

La moza sonrió.

-¿Viste cuántas chicas lindas? –le dijo a Tomi.

-Chicas –dijo él. La moza volvió a sonreír. Tomi agarró su bolsa con piedras-. Chicas- dijo una vez más.

-Sí –dijo ella-, chicas.

-Chicas –repitió Tomi-. ¡Chicas! ¡Chicas!

La cara de la moza se puso roja. Le palmeó un par de veces el hombro.

-Basta –dijo.

-¡Chicas! –gritó Tomi de nuevo- ¡Chicas!

Rino lo agarró de la mano y empezaron a caminar hacia la puerta. Tomi levantó la bolsita y la agitó en el aire. ¡Chicas!, gritaba. El tipo se acercó por detrás y lo agarró de la campera. Los acompañó a la calle.

-Traten de no volver –les dijo en la vereda.

-Chicas –dijo Tomi.

El tipo lo miró.

-En un momento pensé que estaba fingiendo –le dijo a Rino-. Pido disculpas. –Se metió de nuevo en el bar. Tomi y Rino se miraron.

Rino encendió un cigarrillo. Caminaron hasta la esquina. Con su bolsita en la mano Tomi cruzó la calle delante de los autos. Aceleró el paso unos metros y se detuvo frente al ventanal de un edificio. Se miró la cara en el espejo del fondo. Se rozó la mejilla con los dedos. Una pareja pasó a sus espaldas.

Siguió caminando.

martes, 13 de marzo de 2007

Autos

Sofía abrió los ojos. Levantó la cabeza y vio a Tomi parado junto a la ventana.

-¿Qué hacés? –dijo con voz ronca.

Tomi se dio vuelta. Se quedó unos segundos inmóvil, mirándola, como si no la reconociera. En la cucheta de abajo se oía la respiración entrecortada de Martina.

-Buen día –susurró Tomi.

Sofía bostezó y estiró los brazos. Intentó centrar la vista en las hendijas de la persiana. Apenas se filtraba luz.

-¿Qué hora es? –dijo.

-Las siete.

-¿Qué? –Sofía se dejó caer sobre la almohada y se tapó hasta la cabeza-. Volvé a la cama.

La habitación estaba justo arriba del garaje del edificio. A cada rato se oían autos atravesando el corredor. Luego el portón de hierro abriéndose y cerrándose. Un golpe seco, metálico, cada dos o tres minutos.

-Mejor me voy –dijo Tomi.

Sofía se descubrió la cabeza. Se apoyó sobre el codo y lo miró.

-¿Qué te pasa?

-Nada –dijo Tomi.

-¿Estás bien?

-Sí –dijo Tomi. Luego se agachó y empezó a buscar su ropa en el suelo. Apartó del montón su remera y sus medias.

-Hasta las nueve te podés quedar –dijo Sofía asomando la cabeza desde la cucheta de arriba.

-¿No viste mi pantalón? –dijo Tomi.

-¿Me escuchaste? –dijo ella.

-Sí –dijo Tomi, sin dejar de buscar-, ¿no viste mi pantalón?

-No –dijo Sofía-, ¿qué te pasa?

-Nada –dijo Tomi-, no encuentro mi pantalón.

Siguió revolviendo la ropa. El piso estaba lleno de juguetes de Martina. Levantó un oso de peluche y lo tiró a un rincón. Hizo lo mismo con un muñeco de Barnie y con otro de Piñón Fijo. Metió el brazo debajo de la cama de Martina. Tanteó. Sacó una pelota y una tacita de plástico. Suspiró.

-Voy a prender la luz –dijo.

-¡No! –dijo Sofía-, la vas a despertar.

-Pero si es un tronco –dijo Tomi. Se paró y estiró la mano hacia el interruptor.

-¡Si la prendés te echo a la mierda a patadas! –dijo Sofía.

Tomi se frenó al instante. Se dio vuelta y la miró. A pesar de la oscuridad, pudo reconocer las líneas apretadas de su entrecejo. Otro auto salió del garaje. El portón se abrió y se cerró. Después no se oyó más nada.

-¿Por qué te querés ir? –dijo Sofía con voz suave. Tomi respiró profundo.

-Me acabás de echar –dijo.

-No te eché –dijo Sofía-, te pedí que no prendieras la luz.

-Está bien –dijo Tomi moviendo la cabeza.

-No, no está bien –dijo Sofía. Hizo un silencio. Se limpió la nariz con la mano y exhaló con fuerza, como si estuviera congestionada-. Nada está bien –dijo.

Tomi sintió un escalofrío en la espalda. Se dio cuenta de que estaba desnudo.

-Es cierto –dijo-, nada está bien.

-¿Entonces por qué me decís “está bien” si nada está bien? –dijo Sofía levantando la voz.

De pronto Tomi vio su vaquero. Estaba a los pies de Sofía, hecho un bollo entre la cama y la pared. Recordó que se lo había sacado por debajo de la frazada, empujándolo con los talones.

-No sé –dijo Tomi-, estoy cansado.

-¿De mí? –dijo Sofía.

-No –dijo Tomi-, no es eso.

-¿Qué es entonces?

Tomi la miró en silencio. No quería hablar de los autos. No quería que Sofía supiera que los autos no lo dejarían dormir nunca. Ni el garaje, ni el ruido del portón.

-Nada –dijo Tomi-, no importa. –Se acercó a los pies de la cama y agarró el pantalón. Se apoyó contra el borde de la cucheta y empezó a ponérselo.

-¿Estás con otra? –dijo Sofía.

Tomi la miró.

-¿Qué? –dijo.

-Si estás con otra –dijo Sofía.

-No –dijo Tomi-, ¿con quién voy a estar?

-No te creo –dijo ella.

-No hay nada que creer –dijo Tomi-, estás diciendo cualquiera.

-No –dijo Sofía moviendo la cabeza-, lo sentí en tu manera de tocarme.

Tomi sonrió de los nervios. De pronto no podía parar de sonreír.

-Esto es una locura –dijo.

-Andate –dijo Sofía.

-No seas estúpida –dijo Tomás.

Entonces Sofía le dio un puñetazo en la oreja. Tomi no alcanzó a cubrirse. En la cama de abajo Martina empezó a toser y lloriquear. Se quedaron quietos, en silencio, mirándose a los ojos. Tomi se llevó la mano al costado de la cara. Sofía asomó la cabeza por el borde de la cucheta. Martina tenía las sábanas y la frazada a la altura de los pies. Seguía tosiendo y lloriqueando. Sofía se quitó la colcha de encima y se sentó sobre la cama.

-Dejame a mí –dijo Tomi.

Se arrodilló junto a Martina y la volvió a tapar. Después metió los bordes de la frazada por debajo del colchón.

-¿Así está bien?

Sofía miró.

-Sí –dijo. Tomi se quedó un rato al lado de Martina. Le acarició el pelo. Sofía se volvió a meter debajo de la colcha. Tomi se puso de pie y se quedó al borde de la cucheta. Sofía lo miró. Luego le pasó los brazos alrededor del torso y lo abrazó con fuerza. Tomi sentía palpitaciones en la oreja. De pronto se dio cuenta de que Sofía acababa de pegarle. Puso su mano sobre la cadera de Sofía, por encima de la frazada.

-¿Por qué te ponés así? –dijo ella-, ¿por qué me hacés enojar?

Tomi no respondió.

-Vení –dijo ella tironeándolo de la cintura.

Tomi no se movía. Contrajo los dedos de los pies, como si intentara aferrarse a los zócalos. Entonces Sofía se dio vuelta y empezó a besarlo. Fue por el cuello hasta llegar a la boca. Tomi cerró los ojos. Sofía siguió besándolo, cada vez con más fuerza. Tomi dejó caer el pantalón. Levantó una pierna y la apoyó sobre la cama. Luego levantó la otra. Se metió debajo de las sábanas, entre las piernas de Sofía. Se miraron a los ojos. Ella gimió suavemente. Tomi le tapó la boca con la mano. Él mordió la almohada. Ella, los dedos de Tomi.

Se quedaron quietos, en silencio, uno encima del otro, respirando agitadamente. Martina empezó a toser y a lloriquear de nuevo.

-Leche –dijo bajito.

Tomi se echó al costado de Sofía, muy despacio, contra la pared. Sintió el frío del yeso en la espalda. Ella buscó su bombacha entre las sábanas y se la puso.

-Leche –volvió a decir Martina.

-Ya va –dijo Sofía-, no te destapes.

Se sentó en el borde de la cama. Estiró los brazos y las piernas. Bajó y acomodó las frazadas de la nena.

-No te destapes –volvió a decir.

-¿Tomi? –dijo martina.

-No está –dijo Sofía-, no bajes de la cama.

Después abrió la puerta y salió. Tomi oyó los pasos de Sofía a lo largo del pasillo, y después el chillido de las bisagras en la cocina.

-Tomi –dijo Martina desde abajo. Él no respondió. Contuvo la respiración y cerró los ojos-. ¿Te gusta Piñón Fijo?

Tomi se quedó muy quieto. Lo más quieto que pudo. Oyó la respiración dificultosa de Martina.

-¿Y Banni? –dijo ella-, ¿te gusta Banni?